Vivimos un momento histórico de grandes contradicciones: nuestro poder tecnológico aumenta sin parar pero la conciencia ética para usarlo se diluye y se subordina a oscuros intereses económicos; el ideal de responsabilidad ecológica con la vida y los ecosistemas se desborda en plurales manifestaciones, pero el compromiso con la vida humana se diluye progresivamente en las situaciones problemáticas como demuestra la banalización del aborto y la eutanasia, el uso de la guerra y la violencia para afrontar problemas geopolíticos como en el pasado, la normalización del uso de embriones como mero material biológico para la industria biotecnológica, el tratamiento de la inmigración como mero problema defensivo por parte de los países ricos haciendo abstracción de los lacerantes dramas humanos que supone, etc., etc.
El mundo rico se conmueve justamente por la deforestación de la Amazonia y el deshielo del Ártico, pero sus empresas, amparadas por sus gobiernos y ante el de la opinión pública, colonizan y explotan territorios de África cómplice silencio para extraer minerales y tierras raras con las que sostener las nuevas tecnologías y para ello financian guerrillas y desestabilizan Estados corrompiendo a sus dirigentes. Muchas políticas públicas, como las de lucha contra el cambio climático, la descarbonización de nuestro sistema productivo, la reforma energética o las de los países ricos en materia de inmigración se hacen sin ponderar y debatir públicamente con transparencia el coste humano de su aplicación.
A veces nos creemos dioses. Y así nos va. Nos hemos otorgado el derecho a crear vida y, por ende, de suprimirla. A ello ha colaborado un uso equívoco de los avances de la ciencia y la tecnología, que poniendo a nuestro servicio unas herramientas para facilitar el transcurrir de la vida, curar enfermedades, aliviar dolores y circunstancias adversas, a la vez han permitido y promocionado prácticas que contradicen la dignidad y los derechos de las personas desde su primera etapa, aquella en la que se gesta la vida humana; incluso se han integrado con normalidad en nuestras sociedades a partir de leyes aprobadas con mayorías sólidas por los parlamentos. Y así, nos hemos ido introduciendo en un contexto en que cualquier acción, aunque desproteja a la persona, se justifica porque existen presuntas evidencias científicas y sobre todo porque así se resuelven de forma fácil determinados problemas de uno o de otro mientras todos miran para otro lado ante el coste ético y humano de lo que legalizamos, consentimos o hacemos.
Ayudando a la madre se salvaguarda a su hijo, promoviendo que los dos puedan desarrollar su vida en igualdad.
La pornografía, la prostitución, el alquiler de cuerpos humanos de mujer y del fruto de su gestación, la corrupción sexual de menores y adultos a través de la red, etc., son ejemplos habituales y cada vez más normalizados de este desarrollo tecnológico sin ética y de un mercado que sustituye progresivamente en todos los ámbitos de lo humano a la clásica ética humanista que ha construido nuestra civilización. Afecta especialmente cuando nos encontramos ante la llegada de un nuevo ser humano que en sus fases de embrión y feto, dentro de su madre, se puede topar con unas circunstancias externas que hagan peligrar su desarrollo en función de las dificultades que pueden surgir en su madre debido al embarazo, los mensajes positivos o negativos que ésta reciba de su entorno al respecto y los apoyos que se le ofrezcan para resolver sus adversidades. Muchas veces, al menos en 98.316 casos al año en España, (el numero de abortos que se practicaron en 2022), nos amparamos en este clima de renuncia al planteamiento ético para poner por encima de lo natural la propia capacidad de decisión, otorgándonos el poder de decidir si una persona puede o no nacer. Conviene recordar que esta capacidad de crear y autodeterminarse es finita y tiene su límite cuando entra en juego la integridad y la vida de otra persona. Cuando alguien decide eliminar una vida humana, no solo se afecta negativamente a la víctima, sino también a quien adopta esa decisión, ya que ambas sufren en este proceso; y las dos, que comparten la misma dignidad como personas que son, deben ser favorecidas. Ayudando a la madre se salvaguarda a su hijo, promoviendo que los dos puedan desarrollar su vida en igualdad.
La sociedad la formamos las personas que nos relacionamos entre nosotras dando lugar a un encuentro que es la base del desarrollo y el progreso. Esta dimensión social del ser humano jamás podrá ser sustituida por la más innovadora tecnología ni por una autonomía personal que no encuentre límite en la vida y dignidad de los demás. Un encuentro personal que suscite una relación va mucho más allá que toda la innovación digital, ya que conlleva dones ajenos a lo material que residen en lo afectivo, lo intelectual, lo espiritual de cada persona. Si rechazamos esta realidad, que somos personas necesitadas los unos de los otros, será muy fácil anular la esencia de las relaciones, incluida la de una madre con su hijo en etapa de gestación; pero así estamos destruyendo a la vez los fundamentos humanistas de nuestras sociedades para sustituirlos por una violencia legalizada de los poderosos.
Entran así en juego la tiranía del deseo y la urgencia por eliminar el origen de cualquier fuente de posibles sufrimientos o problemas inmediatos que puedan surgir a cualquier precio. En muchas ocasiones se usan los avances de la ciencia y la tecnología convertidos en bienes asequibles en el mercado, para erradicar nuestros problemas o satisfacer a cualquier precio nuestros deseos en el momento, sin dejar lugar a un análisis ético de la situación y sin pensar en las posibles soluciones que favorecerían a la persona y la sociedad para el momento actual y el futuro en clave solidaria y no de poder.
… Es responsabilidad de todos procurar que cada persona de nuestro entorno cercano pueda optar por la vida ayudándola solidariamente a superar sus dificultades…
Esta contraposición entre un pensar y actuar en clave de responsabilidad ética y el de la mera eliminación con ayuda del mercado de los problemas a cualquier precio, incluso el del respeto ecológico a la vida, resulta manifiesto cuando se aplica a situaciones como la que nos ocupan en REDMADRE: la mujer que ante un embarazo imprevisto empieza a verse envuelta en circunstancias de dificultad extrema, apareciendo la confrontación entre el deseo de tener a su hijo y la urgencia por resolver los problemas que surgen por estar embarazada. La ley y la mentalidad dominante le ofrecen la salida más rápida, cómoda y financiada por el Estado: la de recurrir al aborto. Sorprende y abochorna que la solución sea esta en lugar de ayudarle a resolver las dificultades externas que provocan lo que debería ser una buena noticia para ella y el conjunto de la sociedad: abrirse a la nueva vida.
En nuestra Fundación, con 16 años de vida y más de 300.000 madres acompañadas, tenemos la experiencia de que 8 de cada 10 mujeres que reciben apoyo siguen adelante con su embarazo y ninguna ha expresado haberse arrepentido. Por eso nos preguntamos si la solución a la que el sector mayoritario de la opinión pública y la ley dan prioridad es la que más favorece a la persona de forma integral.
Creo que no todo vale si va en contra de la vida humana. Es responsabilidad de todos procurar que cada persona de nuestro entorno cercano pueda optar por la vida ayudándola solidariamente a superar sus dificultades de forma que la ecología humana sea también un valor inspirador de todos para construir una sociedad más justa y coadyuvar así a que todas las personas, tanto la mujer embarazada como su hijo aún no nacido, vean respetada su dignidad y derecho a la vida.
Vale la pena unir las fuerzas de todos y cada uno y poner todo nuestro empeño en apoyar a todas las mujeres embarazadas para que opten en libertad por defender la vida y comprender que esta es la mejor política para construir una sociedad digna y humana que rechace la violencia como forma razonable de resolver problemas, por graves que éstos sean.