Cada vez que he querido dar un salto cualitativo en mi vida, he tenido que recurrir a esa mágica palabra: inspiración.
Palabra mas propia del arte, de artistas, que en el mundo fueron, y no tanto de personas “normales” como muchos, muchos mas, entre ellos yo mismo ¿Cómo no?
El hecho es que, cuando nos invade una vorágine de variopintos acontecimientos en breve lapsus de tiempo, que por obviedad no describo; mi mente, y mi ser se estremecen, se adentran en nubes interiores con preguntas sobre tantas cosas.
Un desordenado examen de conciencia a 360 grados me invade a rachas del día. Pasado, presente y futuro se mezclan químicamente, sin solución de continuidad, mientras trato de aportar algo, que no soluciones, a la caótica maraña que asoma hora a hora en prensa, radio, redes, TV.
Y sobre mi nostalgia de antaño, se me sobrepone un hastío de angustia, que fácilmente percibo, no es algo personal ya que nos afecta a todos de diversas formas. A los jóvenes por su incierto presente y futuro, a los mayores por su malogrado futuro y presente. ¿qué será de nuestros nietos? los niños de hoy.
Nuestros padres y muchos más aquellos abuelos que vivieron con cierta paz, y mucho mas sosiego los avatares de su historia, de sus vidas, tuvieron guerras cercanas y mas que cercanas, hambrunas, pandemias, conflictos políticos y sociales, falta de medios, de formación tecnicista. Sin embargo, su mirada hacia nosotros rebosaba candor, paz, serenidad, esperanza; no digo que para los abuelos de hoy no sea casi así, pero era una sociedad que contagiaba un modo de ser y estar, algo que hoy no veo ni en mí, ni a mi alrededor, salvo algún vestigio convivencial en fiestas o acontecimientos.
Las reacciones que encuentro en mi entorno, al margen de la nostalgia, son también variopintas. Hay entre mis coetáneos ya entrados en los 60 y mas, un hecho que se nos echa encima y no podemos evitar, algo que mi conciencia repite machaconamente: “no estamos aquí para siempre”. Lo sentimos con pavor por cuantas personas nos faltan ya alrededor.
Hay quien, como una flor de primavera, se auto inventa y se monta un grupo de excursiones con familiares y amigos, se reencuentran y en la convivencia reflorecen. Hay quien se dedica al arte (o “al ensayo”, como ahora yo), a la historia, a la astronomía, buscando espacios para el diálogo y el esparcimiento.
Hay quienes, son los menos. pero son bastantes, realizan altruistamente acciones sociales en múltiples ONG,s, en Bancos de alimentos, en Caritas, etc.. Estos han dado en la diana, en una diana importante y necesaria.
Finalmente, y por no extender el elenco, no quiero dejar de mencionar a quienes la vida los ha puesto en una inesperada coyuntura de enfermedades de todo tipo y de por vida.
Son gentes a las cuales la sociedad quiere acoger de forma fronteriza, y ellos expresan a menudo con una mirada de conformismo y cercanía, su ser y sus deseos de estar entre todos, deseo de convivencia social, de sentirse “dentro”, de ser uno más. ¿Qué honduras y que profundidades anidan en sus espíritus desde un abismo de inocencia y soledad, de anhelos y de proyectos frustrados?
A veces, solo un intento de conversar, de diálogo, sobre los que nos une, sobre lo que pasa cada día y con prudencia sobre los que nos pueda separar, me puede hacer reencontrar en mi interior ese vacío tan necesario para resurgir como un ave fénix a esa “inspiración” que busco.
Jose A. de Ramos