Hay que conocer América Latina y a los jesuitas

Señalaba en  una reciente entrevista Marco Politi, reconocido vaticanista romano que escribía en La Repubblica y hoy es editorialista de Fatto Quotidiano, agnóstico, viajado y culto, que el próximo sínodo “será un importante punto de inflexión. Mostrará el equilibrio de poder entre los representantes eclesiásticos conservadores y los reformistas. Y también veremos cómo se comporta el centro temeroso”.

Como otras veces, este periodista da en la tecla: los frentes que más desafían al papa Francisco en la Iglesia son los dos extremos, tanto los ultra conservadores (ver en este aspecto el panorama religioso de los Estados Unidos) y los más notorios progresistas (la Iglesia alemana). De alguna manera, parecería que Bergoglio debe saldar cuentas por sus ambigüedades y contramarchas, tanto en la vida eclesial como en las relaciones internacionales. También en temas tan susceptibles para la jerarquía como el lugar de la mujer en la Iglesia o cómo acabar con el horror de los abusos de menores por parte del clero y dar mayor transparencia a las finanzas vaticanas.

En Roma algunos querrían acelerar un nuevo cónclave para elegir al  sucesor de Francisco, quien ya lleva diez años en su “pontificado de transición”, más largo de lo que se suponía al comienzo; pero él está convencido de que debe seguir conduciendo la barca de Pedro y ver algo más claro el próximo futuro.

Remata Politi en la entrevista: “Francisco intentará en los próximos años que el conflicto interno de la Iglesia no se extienda, probablemente se moverá con cautela y verá si tiene mayoría en la Iglesia para otras reformas. Porque el Papa ya no es un autócrata que puede decidirlo todo. Ese momento hace tiempo que pasó”.

El historiador y biógrafo inglés Austen Ivereigh, profundo conocedor de América latina y de la figura del papa Francisco, tituló su libro sobre Bergoglio El gran reformador. Los reformistas, a diferencia de los revolucionarios, rescatan todo lo que pueden de la tradición y tratan de ser cautos en sus cambios. Por lo general son realistas y prudentes. Bergoglio es un hombre de probado realismo y de singular olfato político, pero que sea prudente no está tan claro.

El papa Francisco, sobre cuya austeridad no caben dudas, tiende a tomar medidas en soledad, sin mayores consultas, y más atento a sus intuiciones que al análisis de las cuestiones. Esta puede ser la razón de sus marchas y contramarchas. Hombre extraordinariamente memorioso, como buen cristiano estará llamado a perdonar, pero el perdón no requiere el olvido. Su conocimiento de las personas, los nombres y los detalles es proverbial.

Vayamos por partes: todo balance exige enumerar los logros alcanzados y marcar las falencias. Todo balance, por otra parte, es un juego arriesgado donde pueden cometerse más errores que aciertos. Además, convengamos que la naturaleza de una sociedad como la Iglesia y de una figura como el Papa no es de fácil comprensión, sobre todos para los ajenos a la materia. Porque se entremezclan apreciaciones específicamente religiosas y otras de carácter institucional o político.

Ciertamente, Francisco sabe dialogar con las personas comunes, con el pueblo. Demuestra empatía y regala como pontífice las sonrisas que le eran tan escasas en Buenos Aires.

Su mayor interés no son los principios ni los dogmas, sino la visión pastoral, el acercamiento a la sociedad real, a los problemas y las preocupaciones de la gente. Descree de la Curia romana, de muchos prelados y de las burocracias clericales. En la medida de sus posibilidades ha integrado a laicos y mujeres en cargos de responsabilidad en el gobierno central. Probablemente querría otra visión de la familia, de la vida sexual, de las costumbres… por eso cree que la vida está más en las periferias que en el centro, en las calles que en las parroquias, en las personas que en las instituciones, en escuchar y conversar antes que dictar clases y pronunciar sermones. Aunque hay que admitir que desde que ocupa el trono vaticano habla mucho más que antes y de todos los temas, a veces con dudosa competencia y cuestionable lenguaje coloquial.

Ciertamente es un papa que está concluyendo una etapa de la vida de la Iglesia. La sociedad ha cambiado mucho en los últimos años, los problemas son intensos, la presencia de la Iglesia ha mermado con respecto a tiempos pretéritos.

Juega en su contra, a mi parecer, el desinterés por la cultura y la academia (me refiero a las artes y las letras, a la filosofía y a las ciencias sociales, a los cambios tecnológicos…), su falta de tacto para tratar con los intelectuales ajenos a la Iglesia, con una visión política muchas veces limitada a su región de origen.

El manejo de la invasión rusa a Ucrania nos deja perplejos. Tampoco parece lucirse en éxitos políticos o en la conquista de nuevos públicos.

En cierto sentido, Bergoglio es un hábil conservador, todavía deudor de su juventud afín al nacionalismo y sus reivindicaciones. Lo que tiene a su favor con respecto a muchos de sus compañeros de misión es que conoce la calle, no se escandaliza con las debilidades humanas, pregunta poco y presta un oído respetuoso.

Quizá al principio imaginábamos un pontificado diferente en ciertos aspectos, más claro y menos complicado para interpretar a cada paso, más profundo y menos efectista, menos político y más sacerdotal, más atento al futuro que al presente, más preciso y menos incierto en algunas de sus manifestaciones.

El citado Marco Politi me decía que la gente solía prestarle menos atención a Benedicto XVI porque si bien hablaba un correcto italiano lo hacía con su marcado acento alemán, en cambio Francisco habla un italiano aporteñado, con errores, pero simpático.

Austen Ivereigh, también citado en estas líneas, me confirmaba su impresión de que para entender a Bergoglio hay que conocer América latina y a los jesuitas. Y si de los jesuitas hablamos, he tenido oportunidad de escuchar en Roma a muchos que lo apoyan y a otros que no. Decididamente, los jesuitas son difíciles de entender.

José María Poirier

Buenos Aires

 

 

 

 

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