Que faltan líderes en el actual contexto histórico es algo que muchos compartimos, faltan personas que realicen una función de guía, personas capaces de inspirar, orientar… Falta en la sociedad en general aquella presencia física objeto de estima y respeto, que podamos considerar también como un espejo y un amplificador de nuestra identidad.
Es una “ausencia” grave, y en muchos ámbitos la vemos como una señal de alarma que merecería toda la atención y una profunda reflexión, no solamente desde la política, desde el mundo económico o desde las instituciones, sino también desde la ciudadanía de a pie.
Pero, cuando decimos «líder», ¿todos compartimos en nuestras mentes el mismo perfil?
Consideremos, por ejemplo, el ámbito empresarial: ¿no es acaso cierto que, sobre todo por una herencia cultural, la figura del líder ha sido vista casi siempre, erróneamente, como la manifestación de muchas connotaciones masculinas: ¿fuerza, firmeza, resolución, poder, autoridad? Según estos estereotipos, el líder de una compañía debería parecerse un poco al general de un ejército, con traje y corbata a modo de uniforme. En otras palabras, un líder sería equivalente a un jefe, es decir, alguien que ejerce el poder, que tiene subordinados a los que manda.
En los últimos años, sin embargo, a nivel mundial se ha producido una profunda transformación en el mundo del trabajo, algunos la llaman una “metamorfosis trascendental”. Son las mismas formas de trabajar y gestionar las organizaciones las que están cambiando radicalmente. A diferencia del pasado, la gestión empresarial necesita más habilidades emocionales y habilidades relacionales, necesita de empatía y confianza, colaboración y sentido crítico, mayor proximidad a las necesidades de clientes y compañeros.
La empatía supone la capacidad de ponerse en la piel de los demás, tanto desde el punto de vista emocional como operativo, facilitando su trabajo; una actitud que permite identificar más fácilmente cualquier problema y, en consecuencia, las soluciones para guiar al equipo hacia el objetivo común.
Saber comunicar y compartir las decisiones tomadas con el propio equipo, considerándolos «colaboradores», es fundamental para crear cohesión, además de que dar un «por qué» a las personas reduce los malos entendidos y el malhumor. Es fundamental saber trabajar en equipo, resolver problemas y ser capaces de tratar con muchos interlocutores diferentes a la vez.
La atención y la escucha son fundamentales para crear una especie de «espacio protegido» en el que el trabajador se sienta protegido y escuchado, y por tanto más estimulado para dar lo mejor de sí mismo y hacer crecer su sentido de la responsabilidad. El respeto y la consecuente amabilidad en los modales y el comportamiento también son valores que un líder debe saber cultivar y transmitir en la práctica.
Se puede decir con certeza que hoy en día el mundo empresarial requiere cada vez más a las personas, hombres o mujeres, que tengan que cubrir roles de primer plano, las soft skills, o human skills, es decir, todas aquellas actitudes que son estrictamente humanas.
Pero ¿no son todas estas cualidades las que se atribuyen en particular a las mujeres, que las mujeres saben expresar y poner en marcha en las más diversas situaciones? Entonces, ¿por qué no dar más espacio a las mujeres? Los datos muestran que las empresas en las que el liderazgo se reparte por igual entre hombres y mujeres son las que mejor funcionan; equilibrar la presencia femenina y masculina es, por lo tanto, no solo «políticamente correcto», sino también más «funcional». Y si esto es cierto para el mundo de los negocios, también lo es para la política, las instituciones y las organizaciones de todo tipo.
Sin embargo, se está produciendo una transformación aún más radical y profunda entre hombres y mujeres de diferentes países y culturas. Comienza por tomar conciencia de que todos, hombres y mujeres, somos ‘masculino y femenino’, es decir que todos tenemos ambas partes. Que tenemos lo positivo de lo masculino para entrar en acción, para llevar a cabo los planes, para poner límite… y tenemos una parte femenina, nosotros y nosotras, que es la que cuida, la que empatiza, la que colabora, la que intuye… Tenemos que saber distinguir estas dos partes y ponerlas en valor, honrarlas como son, darles la luz que merecen y utilizar en cada momento lo que toca. Las mujeres sabríamos así salir de la indecisión, de la desconfianza, del desmérito… y los hombres descubrirían que tienen capacidad de cooperación, de sensibilidad, de intuición… Se trata de equilibrar al máximo lo masculino y lo femenino y ponerlos al servicio de los demás, esto es fundamental para crear un clima que dé espacio al talento, a la creatividad, a la innovación…
Una persona con este perfil, mujer u hombre, ¿no sería verdaderamente líder en su contexto familiar, laboral, social, político? ¿No sería objeto de estima y respeto, de emulación e inspiración?
Pero ojo: no exijamos el liderazgo solo de los demás, de los que nos gobiernan, de nuestros jefes… Yo también, tú también… podemos ser «líder» en nuestro ambiente, grande o pequeño. Una herencia cultural se desmantela a “golpes” de acciones de una nueva cultura, y aquí no falta trabajo para nadie. ¡Seamos generosos!
No hay duda de que un nuevo liderazgo no puede prescindir de la emancipación de la mujer, que juega un papel muy importante. ¡Ay de explotarla, política o ideológicamente! Pero eso sería ya otro artículo
Anna Conte