Finalicé la licenciatura en 2009. Un momento complicado y poco esperanzador para encontrar trabajo, especialmente en una profesión como el periodismo. Aun así, mi pasión siempre había sido escribir: escribía cuando estaba feliz, evidentemente también cuando me sentía triste, cuando quería compartir aquellos momentos especiales que había vivido, cuando quería expulsar la angustia y el dolor, cuando quería gritar de emoción por experimentar esas sensaciones que se viven por primera vez en la vida o cuando sentía rabia ante los hechos que me parecían injustos e inaceptables. Escribir era lo que conocía, mi forma de expresarme, desahogarme, gritar, denunciar y, sobre todo, sentir. Escribir era mi pasión y tenía claro que quería que, de una u otra forma, estuviera presente en mi día a día. Así que podía decir que el periodismo era mi vocación.
Ahora, echando un vistazo atrás, me doy cuenta de que el dedicarme al periodismo ha conllevado un camino lleno de vicisitudes, con momentos muy felices y alegres, sí, pero en los que también han estado presentes las dudas, inseguridades y frustraciones. He pasado por diversos medios y cada uno de ellos han ido, de una u otra forma, perfilando la profesional que soy a día de hoy.
Pero, sin lugar a dudas, hay una experiencia que sobresale por encima de todas las demás. Una experiencia que marcó un antes y un después para mí, ya no solo profesional sino también personalmente. Los más de seis años que tuve la oportunidad de disfrutar en el Grupo Informaria. Allí encontré a unos compañeros que, posteriormente, se convirtieron en mi familia y, muy importante, encontré a mis verdaderos mentores, Anna Conte y Manuel Bellido, quienes por primera vez me hablaron del periodismo constructivo, así como de la importancia de crear una información rigurosa, contrastada, que explorara y diera a conocer todos los puntos de vista posibles. Por supuesto, también me hicieron ver el papel fundamental y la responsabilidad que tiene el periodista.
Grupo Informaria fue mi verdadera Escuela de Periodismo. Allí tuve la oportunidad de conocer y escribir de la Agenda 2030 cuando casi nadie lo hacía; de abordar temas como la justicia y el diálogo social, la paridad, la conciliación, la igualdad o la importancia de la educación y la cultura; de investigar y descubrir otras materias que, relacionadas con la innovación, contribuyen, en mayor o menor medida, a crear un mundo mejor y, sobre todo, de dar voz a numerosas personas con independencia de su edad o condición.
Con ellos fui consciente de que es primordial que la información visibilice a todas y cada una de las personas y de que sea justa. El periodista debe dar voz a quienes no la tienen y cumplir con una vocación de servicio a la sociedad. Desde entonces, he buscado ser fiel a esa filosofía y hacer un periodismo más comprometido, constructivo y social, un periodismo por y para las personas que promueva un futuro mejor.
Tenemos que impulsar una comunicación que ponga en el centro a las personas y no deje a nadie atrás; que sume, una y enriquezca; que huya de los discursos de odio y dramatismo; que no se quede en la polémica por la polémica, en el conflicto por el conflicto y en la fascinación por la violencia y el populismo; que ponga en valor las noticias desde un punto de vista positivo y ofrezca soluciones y, sobre todo, que haga crecer y genere optimismo y confianza en la sociedad. Y, para ello, es fundamental parar, reflexionar, analizar y cuestionar. La influencia de los medios de la comunicación es inconmensurable y tenemos que utilizarla como una herramienta para avanzar y prosperar en el sentido más amplio de la palabra.
Maria Cano Rico